21 febrero, 2008

La madrugada de los perros


Un libro escrito con pasión y vivaz lenguaje narra los sucesos de la aciaga madrugada del 9 de enero de 1992 cuando un grupo de maleantes asaltó la Base Náutica de Tarará, en La Habana, y asesinó a cuatro jóvenes cubanos


Ana Margarita González
Foto: René Pérez Massola
La madrugada de los perros, de Julio A. Martí, está muy lejos de la ficción, “aquí la realidad es más rica que cualquier fantasía; quise ser fiel y narrar los hechos tal como fueron. Este suceso golpeó a los cubanos, y el género que más se prestaba para trasmitirlo era el reportaje, eso es, por la estructura y la extensión del libro”.
Este es un libro “escrito con pasión, organizado con riguroso sentido del ritmo y vivaz lenguaje narrativo”, reseñan sus editores, y revive uno de los pasajes más repudiados de cuantos se hayan realizado en contra de la vida humana: los sucesos ocurrido en la Base Náutica de Tarará, cuando un grupo de maleantes asaltaron el lugar con la objetivo de robar una pequeña embarcación y fugarse del país; y la resistencia de los custodios los llevó al asesinato contra cuatro valerosos jóvenes.
Julio Antonio era reportero de la revista Moncada cuando el 9 de enero de 1992 ocurrió el crimen. Por un interés personal asistió al juicio acompañado de un colega que reportaría la noticia para su revista, tiempo después se solicitó escribir un libro, y dado el hecho de que al reportero le encomendaron otra tarea, Julio asumió la investigación y redacción del texto.
“En una ocasión alguien me preguntó que si era verdad que a ese tema no se le debía dar mucha publicidad porque los custodios estaban en complicidad con la gente que quería irse, y a mí aquello me pareció realmente ofensivo. Decidí escribirlo.
“La Contrainteligencia me ayudó muchísimo, me dieron los videos de los careos en los interrogatorios y luego la posibilidad de ir a las prisiones a entrevistarme con los prisioneros, estudié el expediente en el tribunal… Los interrogadores y los participantes en el hecho aportaron elementos muy valiosos.
“Contacté con los familiares de Yuri Gómez, Rafael Guevara y Rolando Pérez Quintosa, no pude visitar a los de Orosmán Dueñas, por las difíciles condiciones del transporte en ese momento agudo de periodo especial, aunque sí conversé con sus compañeros de la unidad.
“Tuve una experiencia: cuando hablaba con los familiares de estos muchachos, con sus compañeros, les pedía que no me hablaran de sus virtudes sino de sus defectos, porque nadie es en blanco y negro y quería matizarlos, aunque fueran excelentes muchachos; hacía lo contrario con los demás –los involucrados en el acto de asesinato y piratería-, traté de buscar virtudes hasta en los implicados en el hecho.
A pesar de que Martí está dedicado a tiempo completo a la literatura no puede alejarse de su oficio de reportero: tiene un estilo muy característico de investigación: “trato siempre de usar fuentes vivas, conversar con personas que conozcan el hecho y me puedan darme una versión real. Mi obra está basada en la experiencia humana”.

03 febrero, 2008

El juego de la alegría

Sumario… Cualquiera de los dos equipos pudo ganar porque eran los grandes del béisbol del ayer, pero en realidad el éxito fue para el deporte y el pueblo cubano que disfrutamos la salud de nuestras estrellas

Ana Margarita González

Dicen que fue el juego de la nostalgia, porque en él se reencontraron grandes figuras del béisbol cubano que dieron otra demostración de su valía aún cuando hace muchos años no están en activo. Para mí y para otros fue el juego de la alegría.

Alegría de principio a fin. Por reconocer en la pantalla a aquellos hombres que en un momento de mi adolescencia ya eran grandes en la pelota mundial, y que con más de 50 años y hasta 69 algunos mantienen su estirpe, su vigor, su valentía. Por demostrar que buenos son buenos en todos los tiempos.

Confieso que disfruté cada minuto del Juego de las Estrellas veteranas. Tremendo alegrón fue ver a Antonio Muñoz y Pedro José Rodríguez (extremadamente gordo, pero conservando su capacidad para los batazos), a Agustín Marquetti, a Lázaro de la Torre, a Miguel Millar Barruecos, y por qué no decirlo, a ese grande que es Lourdes Gourriel, quien regresa de cumplir una hermosa misión en Nicaragua con la conquista del primer lugar.

Tuve tiempo para la meditación en medio de la felicidad; quizás un buen momento para eso, porque siempre se piensa en positivo cuando los ánimos son buenos. Mirando a cada pelotero mis análisis recurrieron en la economía, en el estado y en la sociedad.

¿Cuánto costó habilitar a cada jugador con un traje nuevo? ¿Cuánto trasladar hasta la oriental Santiago de Cuba a tantas personas, alojarlas con un mínimo de condiciones y alimentarlas? Este acto de altruismo y de satisfacción espiritual sólo es posible cuando se propicia con la voluntad política y estatal de un país, poniendo por encima los valores humanos que salen a relucir en cada apretón de mano, en cada abrazo, en cada sonrisa, en cada gesto de caballerosidad que disfrutamos los televidentes amantes del béisbol.

Fue como un alto en el camino a medio de la Serie Nacional y una feliz iniciativa del Instituto Cubano de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), que ojalá se repita, aunque no pueda convertirse en práctica. Al final los gastos fueron como una inversión para alimentar el hambre del espíritu, que descubriera Onelio Jorge Cardoso.

¡Alegría! Y no solo era la mía, sino la de ellos, que en cada jugada –se aplicaron seriamente las reglas del béisbol- soltaban la risa y hasta exclamaciones cuando Wilfredo Sánchez capturaba los batazos en el jardín izquierdo, con el robo de bases de algún veterano y con el increíble deslizamiento de Víctor Mesa en tercera. El público también se regaló y les regaló a los peloteros la alegría y supo reciprocar con aplausos y vítores a cada uno de los que concurrieron.

En el final del juego, del quinto inning –este Juego de Estrellas tuvo solo cinco- cuando la alegría era ya tan visible, mi hijo –suponiendo que estaba a favor de occidentales por mi procedencia geográfica- me preguntó ¿Mami, tú quieres que ganen los orientales? Solo solté la carcajada y le dije: cualquiera, mi hijo, cualquiera.

En ese momento, para provocarlo por supuesto, porque él es un fanático industrialista, le solté: esto lo decide Pacheco un con jonrón. Y santa palabra, el mulato botó la pelota por encima de la cerca, y después del empate a siete, hicieron cuatro extras.

En ese momento sentí una sana envidia por mi amigo Eddy Martin, que estaba allí y podía abrazarlos, escucharlos, verlos de cerca, después de haberse crecido con esa genial idea de entregar aquellas históricas fotos de Vinent y de Marquetti, como homenaje de nuestro periódico Trabajadores.

Este juego de las Estrellas veteranas donde también brillaron algunos jóvenes como Yuliesky Gourriel, quien ganó la competencia de jonrones, me ha dejado el grato sabor del regocijo y la expectativa por otros que serán tan buenos como este.