17 abril, 2009

En las entrañas del Amazonas (II)



Volar sobre árboles y agua dulce

Después que pasan alrededor de dos horas desde que el avión despegó de Ciudad Panamá, si su destino es Manaos, usted volará sobre las copas de árboles inmensos o del caudaloso cauce del río Amazonas y sus remansos.

Es una visión paradisíaca que quise atrapar para siempre, mantener en mi recuerdo porque nunca antes había tenido el privilegio de ver de cerca “a tantos metros que es imposible definir cada planta” un paisaje semejante. No por gusto el Amazonas es conocido internacionalmente como el pulmón del planeta.

Mi destino era Manaos, no para hacer turismo sino para vivir la experiencia de 45 cubanos, que formando parte de un Programa Plurianual de Prevención y Control de la Malaria trabajan, algunos desde hace varios años, otros sólo uno, en esa gran batalla multifactorial por aliviar el sufrimiento de los amazonenses.

Felizmente el viaje fue tranquilo, aunque la lluvia intensa me impedía hacer fotos desde mi asiento al lado de la ventanilla del avión. La nubosidad era intensa, por momento sentíamos el corcoveo que reproduce cuando la aeronave se introduce en una ligera tormenta. No sentí miedo.

Aún llovía cuando nos acercamos al aeropuerto de destino. Se me hicieron más cercanos los árboles y el río –por momentos no sabes si es mar o río, depende de la vista que alcances desde tu puesto- y pude detallar la vegetación tupida, siempre verde de la selva tropical.

Entonces, comencé a pensar en los animales salvajes y peligrosos; en las tantas veces que mis seres más queridos me habían advertido que usara siempre botas, pantalones ajustados dentro de ellas, camisas de mangas largas para protegerme del sol.

Mas, no tuve mucho tiempo. La pista de aterrizaje estaba frente a mí y decepcionada miré al colega más cercano. No hay asfalto, la cerca alambrada tan próxima me permitía ver la semi selva y la vista de la parte posterior del aeropuerto es horrible. La edificación semeja ser muy vieja, es pequeña, la tarde estaba gris, lloviznaba aún y sentí un sobrecogimiento.

Para colmo cuando recibí mi equipaje, la maleta estaba totalmente empapada en agua, revolcadas mis cosas y mojadas mis ropas. ¿Qué me pondría dado el caso de tener que bañarme y salir de inmediato a trabajar?

Demoramos un rato en los trámites de recepción, hasta que un funcionario del aeropuerto vino y nos dijo que un doctor cubano aguardaba por nosotros. Jorge Lugo, coordinador del proyecto de prevención de la malaria y Teresita Aldecoa, una de las asesoras cubanas que labora en la capital del estado venían a nuestro encuentro. Nos fundimos en sendos abrazos, y salimos al portal a esperar que la lluvia amainara para emprender el viaje hasta nuestro hospedaje.

14 abril, 2009

Cubanos en el Amazonas (I)


Para vivir la experiencia de los cubanos

Desde hace alrededor de siete años, un pequeño grupo de cubanos, especialistas en control de vectores del Grupo Empresarial LABIOFAM, trabaja junto a brasileños de la empresa Bioamazonas, las gerencias de Endemia de los municipios y de la Fundación de Vigilancia de Salud en el combate para reducir los índices de la malaria, una enfermedad endémica del estado Amazonas, de Brasil.

Al principio se realizaron importantes pruebas con productos biológicos fabricados por LABIOFAM, y los cubanos llegaron a la región para brindar un servicio de pos venta de esos productos, que están avalados por los altos índices de reducción de los agentes propagadores de peligrosas enfermedades como la malaria y el dengue en varios países de Asia, África y América Latina.

Luego se forjaron planes más ambiciosos; surgió la empresa Bioamazonas y ella contrató los servicios de los especialistas cubanos, la mayoría médicos veterinarios y biólogos. Los resultados han sido espectaculares.

Tras esa experiencia y para tratar de vivirla con los cubanos, corriendo los mismos riesgos, salí de Cuba. Le pedí a un colega me hiciera una foto junto a mi hijo para que me acompañara todo el tiempo; es la que muestro. La mañana era espléndida en La Habana, con la llegada del primero frente frío había bajado la temperatura; poco después de la salida del Sol, el avión despegó de la pista del Aeropuerto José Martí.

El viaje hasta Ciudad Panamá fue sereno; me acompañaban dos colegas de la televisión cubana y nos empeñamos en compartir bromas, experiencias de trabajo, jaranear con las aeromozas, en fin, de conocernos mejor.Era despejada la mañana, lo que nos permitió avistar la Isla de Gran Caimán, algunos cayos y embarcaciones, que supongo hayan sido inmensas; cuando anunciaron la escala en Panamá ya se veían algunas huellas de seres humanos sobre la tierra.

Carreteras, playas habitadas, embarcaderos, edificaciones.La vista de la ciudad fue deslumbrante. La urbe se desliza del litoral hacia adentro, con sus rascacielos pegados a la playa, iluminados por el reflejo de un Sol tenue. Apenas divisamos todo ello, la lluvia comenzó a caer torrencialmente durante casi 40 minutos, el tiempo previsto para cambiar de avión.

En ese tiempo las personas que viajaban en la misma aeronave que yo se regaron por los salones buscando la puerta de salida para su próximo vuelo -Panamá es un punto neurálgico del tráfico aéreo- o para visitar, en poco tiempo, las decenas de tiendas que se aglomeran unas tras otras hasta parecer interminables y que ya no tienen precios tan bajos como antes.

La lluvia amainó y despegamos rumbo a Manaos. Nuevamente y sobre el mar, quedé fascinada con tanta belleza de la ciudad.