01 diciembre, 2005

Ni olvido, ni perdón


Carmen Báez, víctima de la macabra operación Cóndor, incansable luchadora por la liberación de los Cinco, sabe que el tiempo no disminuye los sentimientos

“Tanta muerte, tanta sangre, tanta injusticia, tanta esperanza destrozada, ni olvido ni perdón. La sangre derramada no será negociada”. Con esta certeza Carmen Báez erigió otra vida después de su paso tormentoso por un campo de concentración en su natal Argentina, durante la época que se gestaba en Sudamérica la macabra Operación Cóndor.

“Mirando las fotos de los desaparecidos..., parece que se vistieron especialmente para esa ocasión, están lindos y jóvenes, tienen una actitud de firmeza, se ven llenos de amor y deseos de justicia.

“También te vi a vos, entrañable, creador, tímido, iniquísimo amigo Koke. Te encontré en sollozos hace un año, en la lista de los alumnos desaparecidos del Nacional Buenos Aires. Allí te vi, sonriente, estoico, y me di cuenta de cuán importante es encontrar a los muertos.

“Fueron muchos años de no mencionar estas cosas, estas vivencias, estos miedos, estos traumas, muchos años ocultando lo que nos pasó, que sale ahora dolorosamente de nuestras entrañas. Dicen que el tiempo hace disminuir los sentimientos, pero eso no es aplicable en este caso”.

Intactos en la memoria de Carmen Báez, están los recuerdos de una juventud marcada por la represión que generó la dictadura militar de la Argentina. Luego vendría el exilio, la adaptación a otros climas, a otras gentes, separada, unida a la familia o creando otras, y no se detuvo hasta hacerse “médica de los pobres”, una vocación que incubó casi desde su nacimiento.

Hija de exiliados paraguayos del régimen de Stroessner, desde los 13 años estuvo vinculada, clandestinamente, a la lucha contra las diferentes dictaduras. Su padre fue un guerrillero comunista latinoamericano, y heredó sus convicciones desde pequeña.

“El golpe militar en Argentina se produjo el 26 de marzo de 1976 y dos meses después fui secuestrada con toda la familia, tenía entonces 18 años. Fuimos conducidos a un campo de concentración, con las manos atadas y los ojos vendados.

“Nos sometieron a torturas físicas y psicológicas, abusos sexuales, orales, a todo tipo de crueldades que ese tipo de gente aprendió y practicó en centros de entrenamientos de Estados Unidos, donde enseñan a torturar a la gente.

“Meses después mi padre consiguió sacarme hacia Europa. Me habían delatado y los militares tenían órdenes de matarme.

“Una de las cosas más importantes que logré fue negociar, a cambio de una entrevista con periodistas suecos, sacar a mi familia de Argentina. Tuvieron la suerte de que no les pasara nada, y nos reunimos en Suecia.

MOZAMBIQUE, TIERRA QUERIDA

Los vericuetos de la vida en el exilio la imposibilitaron estudiar su anhelada carrera de medicina cuando tuvo edad para hacerlo, pero no se detuvo, nunca se detiene: “En la década del 80, el Frente para Liberación de Mozambique (FRELIMO) reclutó a muchos exiliados en Suecia para trabajar como colaboradores en ese país africano. Era mi gran oportunidad de estudiar medicina y marché sin pensarlo a África.”

En Mozambique, se hizo médico, y constató de cerca la tenacidad y la ayuda desinteresada de los cubanos, porque la mayoría de los profesores que le impartieron los conocimientos de Medicina eran de esta pequeña isla. Allí conoció a Martin, un sudafricano con quien contrajo matrimonio y tiene dos hijos.

Una vez graduada, ejerció su profesión en un lugar pobre, remoto y apartado de aquel país africano.

“El primer fin de semana firmé 10 certificados de defunción de menores de diez años. Alguien me dijo que aquello era normal, que me acostumbrara a esas cosas, y le respondí: ´es muy triste ver morir a niños indefensos, nunca podré acostumbrarme a eso. Ese día me prometí que más nunca me iba a suceder”.

“Trabajé sola durante dos años, hasta que llegó a aquella intrincada comunidad mozambicana una brigada de médicos cubanos. Hicimos un trabajo de equipo, enfrentamos epidemias de cólera y meningitis, y contribuimos a educar, a cambiar el comportamiento de los pobladores ante las enfermedades.

Justo en 1990, cuando liberaron a Nelson Mandela, Carmen y Martin, decidieron viajar a Sudáfrica, donde residen hoy. Ella continúa prestando sus servicios médicos a las personas pobres, y realiza una de las labores más impresionantes de solidaridad con Cuba en la lucha por la liberación de los Cinco antiterroristas cubanos presos en Estados Unidos.

La comunicación con Antonio Guerrero es una de las causas que más placer le proporciona. “Me envía dibujos y poemas, y yo lo retribuyo con los míos”, con toda la energía y la pasión que caracterizan a esta mujer, joven todavía, que carga una historia bonita y triste a la vez.

Durante su última visita a Cuba, como integrante de la Brigada de Solidaridad de Sudáfrica Alex La Guma, Carmen Báez escuchó a los familiares de los Cinco, “uno de los momentos más emocionantes de mi vida.

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