30 abril, 2008

Un derecho de los trabajadores cubanos

Y me hice periodista

Después que una ha sobrevivido los 50 años, quizás la vida se le torne menos romántica y más realista. Hasta esa edad, la fantasía sorprende a cada paso del camino y un idealismo casi irrealizable colma de sueños los posibles, los futuros, la forma de mirar la vida y de esperar por ella.
Ahora, crecida y con los pies sobre la tierra, dedico más tiempo a la meditación, a lo que pudo ser y no fue, y a lo que fue y jamás hubiera sido de no haber triunfado esta revolución cubana.
Los primeros años de mi existencia estuvieron marcados por la posible sucesión de un hacendado ganadero. La primogénita de cualquier matrimonio de campo estaba destinada a eso, solo por no tener la suerte de haber nacido varón. Desde muy pequeña seguía a mi padre en todas sus faenas y viví las vicisitudes del cambio político.
Por la lejanía de la escuela y una crónica enfermedad, aprobé el primer grado a los nueve años. Cuando concluí la secundaria básica me sentía muy vieja comparada con el resto de los alumnos, y decidí, sin vocación, ingresar a un curso de técnico medio.
Pero el “bichito del periodismo” corroía mi conciencia y mi pensamiento. Ya la universidad se había pintado de negro, de mulato, de obrero, de campesino, de pueblo, como había pedido Ernesto Guevara, en el acto de imposición del Título de Honoris Causa en Pedagogía, en la Universidad Central de las Villas, el
28 de diciembre de 1959.
Ingresé a la Universidad de La Habana, gracias a la Reforma Universitaria que desde 1962, y cumpliendo un postulado del Che Guevara, abrió las puertas a los trabajadores. Cientos de ellos fueron relevados de sus puestos de trabajo para pasar cursos regulares en diferentes carreras con prestaciones monetarias garantizadas por el Estado o a tiempo completo con el otorgamiento de un estipendio para mantener a sus familias. Y es un derecho, que ese periodo de estudio se le reconozca como años de servicios para la jubilación.
La Constitución Socialista de Cuba, aprobada en 1976, reconoce en su artículo 51, que “los hombres y mujeres adultos tienen asegurados este derecho (educación) en las mismas condiciones de gratuidad y en facilidades específicas que la ley regula, mediante la educación de adultos, la enseñanza técnica y profesional, la capacitación laboral en empresas y organismos del Estado y los cursos de educación superior para trabajadores”.
Ni en los momentos más difíciles de la crisis económica que sufrió Cuba desde principios de la década de 1990, la Revolución incumplió con la realización del derecho de los trabajadores al estudio.
Cuando los ingenios azucareros se paralizaron por la depresión de las exportaciones de azúcar, Cuba recurrió a la fórmula de reconocer el estudio como forma de empleo. Miles de obreros de las industrias y de la agricultura se acogieron a este sistema y muchos de ellos ya se han graduado de ingenieros, de licenciados, de doctores.
Y todo trabajador graduado universitario tiene pleno derecho a cursos de formación de postgrado, y a una ubicación laboral. Así me hice periodista y durante 30 años he visto mi nombre repetido en los periódicos, en emisoras de radio y hasta en la televisión. Esa fue siempre mi verdadera vocación, la de comunicarme con las multitudes, y gracias a este derecho que sustenta la Revolución cubana, me salvé de ser heredera de un ganadero.