Para vivir la experiencia de los cubanos
Desde hace alrededor de siete años, un pequeño grupo de cubanos, especialistas en control de vectores del Grupo Empresarial LABIOFAM, trabaja junto a brasileños de la empresa Bioamazonas, las gerencias de Endemia de los municipios y de la Fundación de Vigilancia de Salud en el combate para reducir los índices de la malaria, una enfermedad endémica del estado Amazonas, de Brasil.
Al principio se realizaron importantes pruebas con productos biológicos fabricados por LABIOFAM, y los cubanos llegaron a la región para brindar un servicio de pos venta de esos productos, que están avalados por los altos índices de reducción de los agentes propagadores de peligrosas enfermedades como la malaria y el dengue en varios países de Asia, África y América Latina.
Luego se forjaron planes más ambiciosos; surgió la empresa Bioamazonas y ella contrató los servicios de los especialistas cubanos, la mayoría médicos veterinarios y biólogos. Los resultados han sido espectaculares.
Tras esa experiencia y para tratar de vivirla con los cubanos, corriendo los mismos riesgos, salí de Cuba. Le pedí a un colega me hiciera una foto junto a mi hijo para que me acompañara todo el tiempo; es la que muestro. La mañana era espléndida en La Habana, con la llegada del primero frente frío había bajado la temperatura; poco después de la salida del Sol, el avión despegó de la pista del Aeropuerto José Martí.
El viaje hasta Ciudad Panamá fue sereno; me acompañaban dos colegas de la televisión cubana y nos empeñamos en compartir bromas, experiencias de trabajo, jaranear con las aeromozas, en fin, de conocernos mejor.Era despejada la mañana, lo que nos permitió avistar la Isla de Gran Caimán, algunos cayos y embarcaciones, que supongo hayan sido inmensas; cuando anunciaron la escala en Panamá ya se veían algunas huellas de seres humanos sobre la tierra.
Carreteras, playas habitadas, embarcaderos, edificaciones.La vista de la ciudad fue deslumbrante. La urbe se desliza del litoral hacia adentro, con sus rascacielos pegados a la playa, iluminados por el reflejo de un Sol tenue. Apenas divisamos todo ello, la lluvia comenzó a caer torrencialmente durante casi 40 minutos, el tiempo previsto para cambiar de avión.
En ese tiempo las personas que viajaban en la misma aeronave que yo se regaron por los salones buscando la puerta de salida para su próximo vuelo -Panamá es un punto neurálgico del tráfico aéreo- o para visitar, en poco tiempo, las decenas de tiendas que se aglomeran unas tras otras hasta parecer interminables y que ya no tienen precios tan bajos como antes.
La lluvia amainó y despegamos rumbo a Manaos. Nuevamente y sobre el mar, quedé fascinada con tanta belleza de la ciudad.
Desde hace alrededor de siete años, un pequeño grupo de cubanos, especialistas en control de vectores del Grupo Empresarial LABIOFAM, trabaja junto a brasileños de la empresa Bioamazonas, las gerencias de Endemia de los municipios y de la Fundación de Vigilancia de Salud en el combate para reducir los índices de la malaria, una enfermedad endémica del estado Amazonas, de Brasil.
Al principio se realizaron importantes pruebas con productos biológicos fabricados por LABIOFAM, y los cubanos llegaron a la región para brindar un servicio de pos venta de esos productos, que están avalados por los altos índices de reducción de los agentes propagadores de peligrosas enfermedades como la malaria y el dengue en varios países de Asia, África y América Latina.
Luego se forjaron planes más ambiciosos; surgió la empresa Bioamazonas y ella contrató los servicios de los especialistas cubanos, la mayoría médicos veterinarios y biólogos. Los resultados han sido espectaculares.
Tras esa experiencia y para tratar de vivirla con los cubanos, corriendo los mismos riesgos, salí de Cuba. Le pedí a un colega me hiciera una foto junto a mi hijo para que me acompañara todo el tiempo; es la que muestro. La mañana era espléndida en La Habana, con la llegada del primero frente frío había bajado la temperatura; poco después de la salida del Sol, el avión despegó de la pista del Aeropuerto José Martí.
El viaje hasta Ciudad Panamá fue sereno; me acompañaban dos colegas de la televisión cubana y nos empeñamos en compartir bromas, experiencias de trabajo, jaranear con las aeromozas, en fin, de conocernos mejor.Era despejada la mañana, lo que nos permitió avistar la Isla de Gran Caimán, algunos cayos y embarcaciones, que supongo hayan sido inmensas; cuando anunciaron la escala en Panamá ya se veían algunas huellas de seres humanos sobre la tierra.
Carreteras, playas habitadas, embarcaderos, edificaciones.La vista de la ciudad fue deslumbrante. La urbe se desliza del litoral hacia adentro, con sus rascacielos pegados a la playa, iluminados por el reflejo de un Sol tenue. Apenas divisamos todo ello, la lluvia comenzó a caer torrencialmente durante casi 40 minutos, el tiempo previsto para cambiar de avión.
En ese tiempo las personas que viajaban en la misma aeronave que yo se regaron por los salones buscando la puerta de salida para su próximo vuelo -Panamá es un punto neurálgico del tráfico aéreo- o para visitar, en poco tiempo, las decenas de tiendas que se aglomeran unas tras otras hasta parecer interminables y que ya no tienen precios tan bajos como antes.
La lluvia amainó y despegamos rumbo a Manaos. Nuevamente y sobre el mar, quedé fascinada con tanta belleza de la ciudad.
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