Sumario… Cualquiera de los dos equipos pudo ganar porque eran los grandes del béisbol del ayer, pero en realidad el éxito fue para el deporte y el pueblo cubano que disfrutamos la salud de nuestras estrellas
Ana Margarita González
Dicen que fue el juego de la nostalgia, porque en él se reencontraron grandes figuras del béisbol cubano que dieron otra demostración de su valía aún cuando hace muchos años no están en activo. Para mí y para otros fue el juego de la alegría.
Alegría de principio a fin. Por reconocer en la pantalla a aquellos hombres que en un momento de mi adolescencia ya eran grandes en la pelota mundial, y que con más de 50 años y hasta 69 algunos mantienen su estirpe, su vigor, su valentía. Por demostrar que buenos son buenos en todos los tiempos.
Confieso que disfruté cada minuto del Juego de las Estrellas veteranas. Tremendo alegrón fue ver a Antonio Muñoz y Pedro José Rodríguez (extremadamente gordo, pero conservando su capacidad para los batazos), a Agustín Marquetti, a Lázaro de la Torre, a Miguel Millar Barruecos, y por qué no decirlo, a ese grande que es Lourdes Gourriel, quien regresa de cumplir una hermosa misión en Nicaragua con la conquista del primer lugar.
Tuve tiempo para la meditación en medio de la felicidad; quizás un buen momento para eso, porque siempre se piensa en positivo cuando los ánimos son buenos. Mirando a cada pelotero mis análisis recurrieron en la economía, en el estado y en la sociedad.
¿Cuánto costó habilitar a cada jugador con un traje nuevo? ¿Cuánto trasladar hasta la oriental Santiago de Cuba a tantas personas, alojarlas con un mínimo de condiciones y alimentarlas? Este acto de altruismo y de satisfacción espiritual sólo es posible cuando se propicia con la voluntad política y estatal de un país, poniendo por encima los valores humanos que salen a relucir en cada apretón de mano, en cada abrazo, en cada sonrisa, en cada gesto de caballerosidad que disfrutamos los televidentes amantes del béisbol.
Fue como un alto en el camino a medio de la Serie Nacional y una feliz iniciativa del Instituto Cubano de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), que ojalá se repita, aunque no pueda convertirse en práctica. Al final los gastos fueron como una inversión para alimentar el hambre del espíritu, que descubriera Onelio Jorge Cardoso.
¡Alegría! Y no solo era la mía, sino la de ellos, que en cada jugada –se aplicaron seriamente las reglas del béisbol- soltaban la risa y hasta exclamaciones cuando Wilfredo Sánchez capturaba los batazos en el jardín izquierdo, con el robo de bases de algún veterano y con el increíble deslizamiento de Víctor Mesa en tercera. El público también se regaló y les regaló a los peloteros la alegría y supo reciprocar con aplausos y vítores a cada uno de los que concurrieron.
En el final del juego, del quinto inning –este Juego de Estrellas tuvo solo cinco- cuando la alegría era ya tan visible, mi hijo –suponiendo que estaba a favor de occidentales por mi procedencia geográfica- me preguntó ¿Mami, tú quieres que ganen los orientales? Solo solté la carcajada y le dije: cualquiera, mi hijo, cualquiera.
En ese momento, para provocarlo por supuesto, porque él es un fanático industrialista, le solté: esto lo decide Pacheco un con jonrón. Y santa palabra, el mulato botó la pelota por encima de la cerca, y después del empate a siete, hicieron cuatro extras.
En ese momento sentí una sana envidia por mi amigo Eddy Martin, que estaba allí y podía abrazarlos, escucharlos, verlos de cerca, después de haberse crecido con esa genial idea de entregar aquellas históricas fotos de Vinent y de Marquetti, como homenaje de nuestro periódico Trabajadores.
Este juego de las Estrellas veteranas donde también brillaron algunos jóvenes como Yuliesky Gourriel, quien ganó la competencia de jonrones, me ha dejado el grato sabor del regocijo y la expectativa por otros que serán tan buenos como este.
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