08 junio, 2006

Amar a la gente, esa es su herencia


Foto: Agustín Borrego

“Algún día comprenderás como es que por quererte mucho a ti y a todos los niños has dejado de verme en estos meses”. Ese fue el aliento que Lázaro Peña trasmitió a su hija desde el exilio, cuando la vida en la clandestinidad se hizo tan pelifrosa que fue imposible permanecer físicamente a su lado.

Entonces le envió muchas, muchísimas cartas, escritas a lápiz, con una letra menuda y moldeada que la madre conservó y constituyen uno de los tesoros que Aila Peña Roche tendrá para siempre. En ellas le decía: “Lo mejor será que hagas como te dice tu mamita, que sabe aconsejarte muy bien”.

“A través de la correspondencia monitoreaba mi vida. Me pedía que estudiara, que fuera seria, responsable y que cuidara mucho a mi mamá. Me contaba de los lugares a donde iba, de la pobreza; pensaba mucho en Cuba, me pedía que le contara los últimos dichos. Me hablaba en un lenguaje de niña, pero me indicaba el camino, no me mentía.”

Próximo al alumbramiento de su segunda hija, Lázaro había expresado tres deseos: que fuera hembra, naciera el mismo día que la madre —21 de agosto— y se llamara Aida. Los dos primeros se cumplieron, mas la esposa no accedió al tercero, porque en la familia había muchas Aida. “Mi mamá me contó que él se puso muy serio y cuando regresó del trabajo dijo: Está bien, le vamos a poner Aila. Ai de Aida y la de Lázaro, y cuando lo dices suena como a mí me gusta.´ Esa es la historia, mi mamá era muy complaciente y mi papá muy dirigente.”

Los recuerdos de Aila sobre su padre viajan en tres tiempos: a su lado cuando era muy pequeña, luego en el exilio, y después el reencuentro al triunfar la Revolución.“Era muy amoroso, muy preocupado con su ‘pelota’, ‘con su mulata’ como me decía. Le gustaba oírme en medio de esos altibajos de su vida, de las persecuciones, cuando el Partido no estaba legalizado. Adoraba que sacara buenas notas, que estudiara; le gustaba que le leyera y yo por truco, cuando llegaba a un punto y aparte me paraba, para demorarlo más, para que no pudiera irse.

“Era una personal normal, como cualquier otro: enamorado, bebía con los estibadores del puerto, conversaba con la gente. Era jovial, escuchaba con mucha atención; nunca le cortó la idea a nadie, no imponía, era capaz de decirte: tienes razón en esto, pero creo que debemos hacerlo de esta manera, así suavemente lograba que lo entendieran y conformar la mejor idea.

“Sonreía mucho. Me enseñó que una persona gana una discusión si tiene la razón y si es capaz de sonreírse más que su adversario. “Sólo quienes lo conocían bien sabían que estaba irritado cuando le saltaba un poco la rodilla, a él nadie lo sacaba de control.”

Para demostrarlo, Aila cuenta la anécdota del día que lo apresaron en las provincias centrales y lo llevaron al Salto del Hanabanilla. Un militar lo cogió por la camisa en un intento de tirarlo al agua, pero Lázaro se echó a reír a carcajadas. El hombre, muy bravo, lo puso otra vez en el suelo y él le dijo: “Que bueno que me cogiste hoy, porque si hubiera sido ayer la camisa estaba podrida, me hubiera caído y no te hubieras enterado de lo que quieres saber, como tampoco te vas a enterar ahora.

No lo reconocí y empezó a llorar“Cuando regresó del exilio y me dijeron que estaba llegando, salí corriendo, pero me pareció tan grande que ni siquiera pude identificarlo. Te imaginas cuantos años esperándolo mi papá empezó a llorar. Lo importante era que estaba de regreso.

“Todo el amor que tuve para mi padre me lo ayudó a cultivar mi mamá, y todo el respeto que sentí por mi madre se lo debo a mi papá. En eso fueron exquisitos, a pesar de que después de su regreso del exilio se separaron.

“Fue revolucionario en todos los sentidos, pero siempre papá. Su vida estaba muy complicada entonces, y venía aunque fuera a la una de la madrugada, me despertaba y se sentaba en el borde de la cama a conversar conmigo.

“Recuerdo cuando estaban preparando las tesis del XIII Congreso de la CTC, yo trabajaba ya y vino a preguntarme qué dirían mis compañeros de trabajo si le plantearan esto, y me quedé así Le pregunté: ¿Me estás consultando a mí?, y me dijo: ¡pues claro!

“Podía llamar a mi papá a cualquier hora y decirte tengo un problema y quiero hablar contigo. Si no podía venir a la casa me mandaba a buscar, almorzábamos juntos, siempre hubo un papá. “Nunca fue una figura lejana que está en las tribunas."

Lázaro Peña fue elegido dos veces como secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba después del triunfo revolucionario. “La primera vez yo era muy joven, no tengo ningún recuerdo. De cuando organizaban el XIII Congreso sí, ya él estaba enfermo, pero le dedicó todos sus esfuerzos a ese evento, y yo trabajé como traductora, porque él planteó que a los invitados extranjeros les iba a gustar que los traductores, sus acompañantes, surgieran de la masa, de diferentes centros de trabajo.

“Y se hizo un movimiento para captar personas que supieran hablar otros idiomas. Yo era dirigente sindical en el Instituto de Investigaciones Forestales, me preguntaron y dije que sabía inglés. “Me hicieron un examen y un buen día como a las tres de la madrugada mi papá me preguntó por teléfono ´¿qué haces tú en una lista que encontré aquí en la CTC?´ Le respondí que no sabía nada de lista, que estaba dormida, y era que había aprobado.”

Lázaro le comentó a su hija que iba a trabajar con una delegación muy complicada y le dio una oportunidad: ‘Sí te vas a rajar después, rájate ahora’, pero ella sutilmente dejó claro que nunca había visto a un Peña rajado. Fue la primera vez que la licenciada en Biología haría ese tipo de trabajo, que continúo esporádicamente.

Mi papá se me hizo tan grande“Uno siempre quiere a su papá, pero cuando ves que mucha gente también lo quiere, tienes una sensación enorme. Durante su velorio, en el Memorial José Martí, viví increíbles manifestaciones de amor. “Cuando llegamos allí, de madrugada, la Plaza estaba vacía y a las seis de la mañana ya sólo se veían cabezas y más cabecitas, se colmó de gente y el silencio era conmovedor.

“Ví hasta ciegos que pasaban la mano por encima del cristal del féretro, una fila interminable de personas hasta el último minuto del velorio. Y mi papá se me empezó a hacer tan grande.

Empecé a sentir que no iba allí y estaba en toda aquella gente.“Su vida estuvo signada por trabajar por los demás. Era líder, pero no se consideraba una persona central, se sabía ejecutante de un proceso positivo que lo iba a trascender, por eso tenía que entregarle toda la vida.

“Lo recuerdo como una persona que supo dar valores. Me decía que antes de actuar pensara en lo que iba a sentir el otro, que lo virara al revés. Ese tipo de mensaje que te forma, que te hace persona, que te hace amar al prójimo, que te hace repartir amor, ese fue mi papá. Me enseñó a amar a la gente, y eso es lo que tengo de herencia.

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