Hace exactamente cinco años de aquellos días en que cinco cubanos marcaron el corazón de la humanidad. Pusieron un sello de dolor a los sentimientos, pero a la vez lanzaron un desafío: “cada cual sabrá qué hacer con su dignidad”.
Los alegatos de Gerardo, Ramón, René, Fernando y Antonio, presentados en las respectivas vistas de sentencias entre el 12 y el 27 de diciembre del 2001, evidencian que las condenas no pueden ser más irónicas e injustas, que “el terrorismo es el verdadero enemigo de la seguridad de Estados Unidos” y que “mientras exista esta política criminal contra mi pueblo, seguirán existiendo hombres como nosotros, como elemental medida de autodefensa”.
Gerardo, Ramón y René fueron claros en sus exposiciones, y antecedieron, en ese orden, a Fernando. Solo —sin sus cuatro hermanos de causa en aquella lúgubre sala— Tony se alzó sobre la injusticia y el terror.
Y gana vigencia cada palabra, gesto, sonrisa o ironía de nuestros Cinco Héroes contenidas en sus alegatos o en los recuerdos. “Yo pensé que la Fiscalía vendría hoy a esta sala a solicitar para mí una sentencia de un año de probatoria. Después de todo, eso fue lo que esta misma Fiscalía le ofreció al señor Frómeta cuando este le compró a un agente encubierto del gobierno un mísil Stinger, explosivo C-4, granadas y otros armamentos”, dijo Fernando González Llort, por esta misma fecha en el 2001.
Mas, ¿cuántas condenas dejadas de dictar? ¿Cuánta justicia voluntariamente trunca?: Luis Posada Carriles, Orlando Bosch y “comparsa”, asesinos a sueldo y sin escrúpulos, siguen libres —el primero recibe prebendas en “cierta prisión” —. “Lo que sucede es que, cuando menos, no ha existido la voluntad política de hacerlo”, dijo Fernando refiriéndose al apresamiento de los miembros de organizaciones terroristas.
Y argumentó: “la realidad es que a Cuba no le queda otra alternativa que tener personas aquí que por amor a su patria y no por dinero la mantengan al tanto de los planes terroristas y le permitan evitarlos siempre que sea posible. Yo me siento orgulloso de haber sido uno de los que previno a mi pueblo de esos peligros”.
“La dignidad no cabía en aquella sala”, me dijo Irma Sehwerert, la madre de René González, describiendo los momentos —tensos, infinitos, lacerantes— que vivieron familiares de los Cinco, presentes en las vistas de sentencias.
“Miré a Ramón, que no tenía familiares allí, y le tiré un beso para que supiera que estábamos con él”, recordó Irmita, la hija de René, mientras Magali, la madre de Fernando, no olvida las manos extendidas y expuestas de Gerardo, al afirmar: “…la única sangre que podría haber en estas manos es la de mis hermanos caídos o asesinados cobardemente en las incontables agresiones y actos terroristas perpetrados contra mi país…”
Los alegatos de Gerardo, Ramón, René, Fernando y Antonio constituyen hito en la defensa de los principios de Cuba, y son armas para los hombres libres y honestos que en el mundo se exponen y luchan por que se haga justicia en el “imperio de la injusticia”.
En los Cinco se agiganta la convicción de Fernando: “Lo que hice fue motivado por el amor a mi Patria… Todo hombre que se respeta a sí mismo se debe antes que nada a su Patria”; y reafirmándolo están las palabras de René: “Usted entenderá el que yo no tenga razones para el arrepentimiento”.
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