28 diciembre, 2006

Soy hijo de la naturaleza

La vida de Guillermo García Frías está signada por la Revolución; en ella encontró la realización personal y la fuerza para desprenderse de su madre, a los 28 años. Hasta esa edad había sido labrador de la tierra y peón de ganado.
Y trabajaba en la finca del padre –un realengo entre dos compañías americanas– en El Plátano, cerca de la desembocadura del río Toro, en el sur de la actual provincia de Granma.
“Era un lugar inhóspito: no existían escuelas, ni médicos; yo era casi analfabeto, estuve en la escuela primaria, que quedaba a cuatro kilómetros de la casa. Iba en un caballito y llegué hasta cuarto grado”.
Pero Guillermo García había heredado el patriotismo y la dignidad de su familia: era su abuelo Bautista Frías Figueredo, veterano de las dos guerras de independencia; su padre, un progresista autodidacto; y la madre, “más agresiva, más luchadora, guerreaba, peleaba con todo el mundo.”

CELIA ME HABLÓ DE FUTURO
“Yo tenía conexión con Celia Sánchez. En aquel entonces era vendedor de viandas en el central Pilón, y ella, de las familias de mayor poder adquisitivo. Por esa vía vinieron las relaciones amistosas, luego pasaron al orden político social.
“Ella tuvo influencia política en mí, aunque lo determinante fue el medio de vida: las condiciones tan deplorables, sin futuro, vivir como los animales: nacer, ser protegido por la naturaleza, crecer y al final hacer un bohío, tener hijos, cultivar la miseria… Era una situación de pobreza, de infelicidad, de impotencia.
“No había el amparo de un gobierno, mandaba la guardia rural, e intervenía en las quejas de los hacendados; las de los campesinos no tenían valor, no se tenían en cuenta. Esa es la influencia mayor que tiene el ser humano para vivir intranquilo, con esa ansiedad de querer ser y que el medio te impida ser alguien.
“Mis relaciones con Celia fueron de una persona con cultura y otra sin cultura. Yo no tenía posibilidades de estudiar, mis padres no podían pagarme las clases; a la escuela había que ir con zapatos y los campesinos no tenían posibilidades de comprar zapatos, no tenían ni para comer.
“Celia me habló de un futuro, de un proceso revolucionario, del desembarco… no por la zona nuestra, pero hizo un alerta, se tomaban medidas preventivas para tener una organización si llegaban por allí. Ni Celia sabía que sería por la zona de Niquero. Según me decía ella, yo era miembro del Movimiento, nunca tuve un documento, pero ella me captó.
“No había un movimiento campesino fuerte” en la zona en el momento del desembarco del Granma. “Yo recibí una notica mandada por Celia a través de Crescencio Pérez, de que estuviera alerta; parece que ella ya sabía que la gente había zarpado. Y supe exactamente cuando se produjo la llegada, porque la población estaba muy asustada: hubo un desembarco, cosa extraña, y el ejército invadió la zona. La información se trasmitió de boca en boca, uno que vio esto, aquel lo otro, cada uno se hacía una idea y así me enteré.
“Empiezo a trabajar con los campesinos, a decirle que hay que ayudar a esa gente, y se produce como una ola humilde de voluntarios. Nos organizamos para darle protección a un personal de menor fuerza, más débil, que eran los del desembarco. Ellos no conocían el terreno, no tenían fuerza para derrotar al ejército, y con una espontaneidad muy grande los campesinos se hicieron cargo de protegerlos, de darles comida, de buscarlos”.

FIDEL ME CAUSÓ UNA IMPRESIÓN INDESCRIPTIBLE
El primer expedicionario al que Guillermo García vio físicamente fue a Pablo Díaz. Le avisaron que había llegado a la casa de un campesino y mandó a protegerlo en el bosque, cerca de la vivienda de su tío Ciro García. Lo llevó otro pariente, Pablo García. “Yo tenía una familia grande y toda colaboraba, se sumó completica.
“Mi mamá se convirtió en una fidelista arrebatada. Fue capaz de mandar a sus cuatro hijos para la montaña, y dijo preferir que le trajeran la noticia de la muerte de un hijo en la guerra a que se lo mataran bajo la falda”.
En los primeros días de diciembre, el colaborador y rebelde organiza a los campesinos, recoge armas, reúne a los expedicionarios. Antes de ver a Fidel Castro, conoció a Almeida, a Che, a Camilo, a Ramiro, y había protegido a una veintena de expedicionarios en distintos puntos de la montaña. “Nunca se juntaban para que no fueran capturados o denunciados por algún ciudadano”.
Fidel había hecho contacto con los campesinos y cuenta Guillermo García que un práctico lo llevó hasta la finca El Plátano. “Allí hice contacto con él, me presenté con una tarjeta de Almeida. La impresión que me causó Fidel es indescriptible, extraordinaria”.
“Nunca me habían sometido a tantas interrogantes; me preguntó hasta si me acordaba del día en que había nacido y me dijo completa La historia me absolverá, la tenía muy fresca. Además él había conocido la miseria de los campesinos”.
Era la madrugada del 14 de diciembre de 1956: “Le hice un informe de lo que había pasado, de los muertos, los prisioneros, de los que había sacado... me habló de la ayuda de los campesinos, tenía una alegría inmensa por eso; lo decía con sentimiento, personas que no tenían nada que dar se ocupaban de proteger a los expedicionarios. Me dijo: ´He conocido al campesino más inteligente que hay aquí, es tu papá… y empezamos a conversar”.
Al final de la conversación, cuando Guillermo le dice: ¡Me voy con usted! Fidel le pidió que continuara su trabajo en la organización de los campesinos, y le dio las primeras encomiendas, “que no fueron pocas, entre ellas buscar armas y gente que diera la batalla. Entonces, lo llevé a un lugar seguro, a la casa de Mongo Pérez, en Puriales. “Recogí unas cuantas armas, las fui mandando poco a poco. Cuando me incorporé definitivamente a la tropa rebelde, Fidel estaba en la Loma de Caracas. Le dije que no volvía atrás, había una persecución tremenda detrás de mí y tenía que cuidar a la familia, que era centro de incorporación de personal y de ayuda”.
Antes, en una conversación con su madre, Guillermo confirmó su decisión de incorporarse a la tropa rebelde; reflexionan; ella le advierte que los jóvenes guerrilleros son gente de ciudad y pueden vivir en ella, pero que él no sabría hacerlo, que se convertiría en alguien fuera de las normas, “tendrás que vivir en la montaña alzado eternamente, tu vida va a ser la montaña, piensa bien lo que vas a hacer”.
“Cuando le dije que lo tenía bien pensado, que Fidel ya me había convencido me ayudó a vestir en su cuarto y me dijo: ´no cojas caminos, campo traviesa todo el tiempo aunque tengas que pasar más trabajo. Prefiero oír que has muerto y no que has caído prisionero, el hombre prisionero no tiene valor´...
“No la ví nunca más durante la guerra, aunque ella cogió un caballo y fue a verme, llevó regalos y otras cosas. Vio a Fidel y él le sugirió que virara, que la gente estaba combatiendo. Estuvo 42 días montando a caballo en la montaña tratando de ver a los hijos, porque estábamos los cuatro. A uno, a Francisco, lo agarró la aviación y le afectó el sistema nervioso de una manera tremenda.
“El otro llegó hasta el grado de General y está retirado: Lorenzo García; Domingo murió en la guerra, y yo tuve una suerte loca, no me mataron en medio de toda esa avalancha, y no por dejar de combatir, siempre estaba en la primera trinchera.
no es una felicidad ir a un combate
En La Platica Guillermo García Frías tuvo su primera experiencia en el combate. “En todos los combates hay un sistema de nervios, y el que no sienta miedo no es humano. Se pierde el miedo cuando las balas comienzan a correr y la pólvora embriaga todos tus sentimientos, en ese momento nada más tienes la mente puesta en triunfar, y si no matas te matan.
“Las razones para ir al combate están dadas por tu preparación sicológica para, considerando el enemigo, pensar que lo que haces es correcto. Tu pensamiento va más allá de todas las cosas que te rodean, de familia, de interés personal. Decides brindarle a la Patria lo mejor de tu vida y cuando tienes esa concepción eres apto para todas las actividades.
“Fui al combate al lado de gente que tenía entrenamiento, de Julito Díaz y de Almeida. Ellos me indicaban lo que tenía que hacer: no te pares, avanza, pon el fusil así para que no haya accidente, si no ves objetivo no le tires, ahorra las balas, porque eran poquitas: yo tenía ocho balas.
“Realmente no es una felicidad ir a un combate, no es una cosa que uno añora. La guerra es lo más difícil que hay y no hay satisfacción cuando tienes que herir o matar a otra persona, es un deber que la Patria te ha asignado. El combate no surge de una voluntad, sino del deber. Para mí nunca la guerrilla fue más difícil que la vida que tenía como campesino. Me adapté a las lomas, a la carga, a cuidar el fusil…”
Recién llegado a la tropa, Guillermo recibe grados militares: primero fue teniente; en El Hombrito le otorgan el de capitán y después del combate del Jigüe lo ascendieron a Comandante. “Traje todos los grados de la montaña. El de Comandante de la Revolución es una deferencia”.
Le pido referencias de los campesinos, en particular de la actitud de dos hermanos: “Mongo Pérez fue un hombre muy noble, nos apoyó sin interés, ya tenía posiciones: finca, ganado y se arriesgó mucho.
Crescencio tuvo un magnífico comportamiento, a pesar de su edad _tenía como 61 años cuando se incorporó_ fue un colaborador muy bueno e hizo cosas maravillosas, Fidel puso mucha confianza en él. Durante la primera etapa de la guerra fue el guía, hasta que Fidel se hizo cargo de todo.
“A Fidel lo distinguían la juventud, su espíritu, esas energías. Es un hombre con unas energías únicas y eso fue una inyección para todo el conocimiento, sentido y responsabilidad de los combatientes. Nunca se cansaba, a pesar de ser alto, desconocer la montaña…
Fidel no viola un principio por nada
En una extensa conversación con el Comandante de la Revolución Guillermo García Frías, las valoraciones sobre sus compañeros de lucha son imposibles de eludir, y los sentimientos de aquel guajiro que tuvo la oportunidad de volver a la escuela después del triunfo de la Revolución se desbordan.
“Nunca sentí diferencia. Fidel, Raúl, Almeida, Che, son gente amiga, te expresan hermandad, un cariño que va paralelamente con los principios revolucionarios. Fidel no viola un principio por nada, Raúl tampoco, ni Almeida, ninguno de mis compañeros… Eso va a la par con el sentimiento patriótico, revolucionario y la actitud de esos hombres como compañeros y guías, porque no cabe duda de que son maestros.
“Yo mezclo los sentimientos. Y eso es muy importante en la vida de un revolucionario, que debe tener alguien con quien desahogarse, con quien compartir, tener esa confianza que existe eternamente.
“No tengo una queja en absoluto en esas relaciones de amor a la Patria y de cariño al hombre. Fidel siente un cariño por los hombres como lo siente Raúl; son sentimientos revolucionarios, no es un sentimiento de hombres en particular con egoísmo de algún tipo ni mucho menos, son sentimientos patrióticos…
Cuando terminó la guerra, Guillermo estaba con Fidel en Santiago de Cuba. Vino en la caravana de la libertad, viviendo nuevas emociones: “Ver a Fidel desarrollar un discurso, con una continuidad desde Santiago hasta La Habana fue algo muy grande.
“Y ese pueblo lleno de cariño, de amor, de ternura, que tiene la confianza de recibir a un dirigente capaz de decir un discurso en cada provincia, que tienen relación y son diferentes, fue una motivación extraordinaria. Recuerdo el llanto de la gente, de las mujeres cuando vieron a Fidel, era una cosa impresionante y lloraban de cariño, de emoción. Las emociones eran tantas que no podías descifrar aquello.
“Viviendo aquello se te olvidaban todos los sacrificios de la montaña, te sentías con el deber cumplido. Esto lo que hizo fue reafirmar más la conciencia revolucionaria, patriótica, el amor por la Patria, y nos vinculó a una vida eterna de compromiso con el pueblo.
“Yo me he sentido realizado en la Revolución. Sintiéndome estimulado cada vez que veo una cosa nueva, que en Venezuela ha triunfado esa Revolución, viendo a Bolivia, a toda la América, ¿habrá una satisfacción más grande para el revolucionario cubano que ver cómo la América despierta?
“Habrá satisfacción más grande que haber visto nacer la Revolución de la montaña, del desembarco, de la Sierra, y ver cómo nuestro pueblo se desarrolla, ver que hay un policlínico al lado de donde yo nací; y a mí que nunca me dieron una vacuna, ni me vio un médico, me veían los curanderos y mamá, que era una doctora de la medicina verde. Yo soy hijo de la naturaleza.
“Me siento un revolucionario realizado, y seguiré sintiéndome así hasta los últimos momentos de mi existencia. El ser humano debe sentir una igualdad total al tratar a sus semejantes: mis hijos son parte del pueblo y amo a todos los hijos de este pueblo como a los míos. Mi familia es el pueblo de Cuba”.


Yo no soy Fidel, soy Alejandro
El diálogo se produjo en los primeros días posteriores al desembarco del Granma. Un guajiro inteligente y perspicaz está frente a un joven expedicionario. Hablan mucho de la guerra.
Con respeto y preocupación el primero dice: imagino que ustedes sepan por qué los españoles no se llevaron el cadáver de Maceo. Y cuenta que después de la escaramuza un soldado corre detrás del General de la tropa española alertándolo insistentemente para que vea el cuerpo. Cuando lo atienden, el soldado informa que allí ha muerto una gente grande, y justifica: “porque tiene una estrella en la indumentaria”.
Entonces se produce un diálogo que pudo ser así, aunque es contado 50 años después por Guillermo García, el primogénito del campesino:
-¿Y a qué viene eso Adrián?
-Bueno, que usted es Fidel Castro. Lleva una estrella en la gorra y tiene una actitud de dirigente, de un hombre muy inteligente, capaz, además de haber sufrido todo lo que han sufrido, tiene los mismos ánimos.
Fidel le dijo, yo no soy Fidel soy Alejandro.
Adrián regresa a su casa. La esposa hace un arroz con gallina y él lo lleva a los rebeldes. Fidel le pide grasa para limpiar el fusil, y lo manda con Francisco, su tercer hijo.
Universo Sánchez está de guardia y niega que Fidel estuviera allí, pero el muchacho dice: Mi papá me dijo que se lo diera a Fidel Castro.
Pocas horas después Fidel le dice a Guillermo García: he conocido al campesino más inteligente que hay aquí, es tu papá, dile que me ha descubierto, pero que no hable de eso, porque lo pueden asesinar.

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