16 marzo, 2006

Los colores en la vida de Geraldina




Geraldina González Franco no quería ir a la escuela sindical. No conocía a nadie, ni el lugar donde estaría, y se preguntaba constantemente quién la ayudaría a la hora del almuerzo y en mil cosas más. En un instante se dijo: “sí, sí voy a ir, porque la suerte es loca y a lo mejor me da alguna sorpresa la vida”.

En su primer día de clases el chofer que la llevó hasta la escuela vio a una muchacha sentada en un sofá y le comentó: “Mira, ella es ciega, ¿tú la podrás ayudar?” Desde entonces surgió una amistad y Mirta Medina, la dirigente sindical de Centro Habana, se convirtió en el brazo derecho de Geraldina.
Mas, ciertamente, la vida le daría sorpresas. Durante los tres meses que duró aquel curso conoció a un muchacho, se relacionó con él, se enamoraron, y ella, que estaba divorciada desde hacía cinco años, se volvió a casar. Asdel Milanés, un vidente, que dirige una sección sindical en Radio Rebelde, completó la familia que integraban el padre de Geraldina y su hija Dayana.

Nació con glaucoma, pero tenía buena visión y su mamá la matriculó en la escuela normal. Su enfermedad avanzó y cuando llegó al cuarto grado los médicos recomendaron trasladarla a la escuela para débiles visuales Abel Santamaría. A los tres meses de edad, Geraldina había sido intervenida quirúrgicamente, luego a los siete y antes de los 21 años ya la habían operado 11 veces.

Hasta el noveno grado compartió la vida con personas que tenían limitaciones físicas semejantes a las suyas, y tuvo que adaptarse al medio cuando ingresó al preuniversitario Saúl Delgado, del Vedado. Era la única invidente y al principio les parecía un poco rara, pero “cuando supieron que era una persona normal, que estaba apta para recibir las mismas clases, me aceptaron”.
Y sobresalía por su capacidad intelectual, tanto, que en 1982 asistió al Congreso de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM), “las únicas delegadas fuimos la presidenta de la FEEM y yo, entre mil 200 alumnos que tenía el pre”.

SIN MIEDO A LA VIDA
Nada escapa al movimiento de sus dedos ni a los matices del habla. Trasmite sentimientos, alegrías, optimismo. Estudió Psicología en la Universidad de La Habana, “porque tenía una discapacidad física y necesitaba que las personas me entendieran, y a su vez entender el comportamiento de ellas hacia mí, usted se dará cuenta que no todo el mundo acepta ni valora de la misma manera a los discapacitados.

“Ahora cuento con las herramientas que me permiten valorar por qué las personas actúan así, si es por falta de conocimiento, o porque son insensibles. Tengo los conocimientos para enfrentar la vida y no tenerle miedo”.

Estudiaba doblemente. Escribía en Braille y grababa las clases. En ocasiones prefería escuchar a los profesores, luego en casa. Mediante la grabación, recordaba el contenido y tomaba notas.
También sus amigas le dictaban y le explicaban por teléfono.

Pero mucho antes de todos estos sentimientos, Geraldina tuvo el privilegio de ser una niña deseada y querida por sus padres. Afectos nunca le faltaron y ellos la llevaban y traían de la escuela como si siguiera siendo una niña, hasta que ya en la universidad, su amiga Mayra la acompañaba hasta la piquera del hospital Calixto García y en un taxi regresaba a casa. “Mi madre dedicó toda su vida a atenderme”.

CON FIDEL
Los pasillos, los patios y salones de la escuela Abel Santamaría conocen de memoria los pasos de Geraldina. Los alumnos y los trabajadores la identifican por su talento, por su trabajo como dirigente sindical, por el que ha conquistado la condición de vanguardia nacional para su centro y para ella durante varios años.

Su falta de visión no le impidió hacerse máster en Psicología, viajar por España e Italia y acumular muchas satisfacciones en sus 15 años de trabajo. Fue impactante el encuentro con Fidel, en su propia escuela, cuando tuvo una primera oportunidad para leerle un texto escrito en Braille y conversar con él durante su segunda visita. “Sueño que él va a venir otra vez”.

Geraldina pasa sus días dando explicaciones psicológicas a todo el mundo. “Atiendo a los niños les brindo tratamiento individual o colectivo para estimular los procesos cognoscitivos: el pensamiento, la memoria, la percepción táctil, y también atiendo a los padres, porque no todos aceptan la llegada de un niño con discapacidad visual y necesitan mucho apoyo emocional. Además, oriento a los profesores en algunas actividades docentes”.

Quizás por su condición y esa autoridad que bien ha ganado, Geraldina siente que sirve de ejemplo en la comunicación, hasta de estímulo, “si ellos ven que yo llegué a ser una profesional, comprenderán que sus hijos también pueden llegar”.

Tiene un reconocimiento para la labor de divulgación que se realiza en Cuba respecto a lo que son capaces de hacer las personas discapacitadas. “Podemos lograr todas las cosas que nos propongamos en dependencia de nuestras posibilidades, y he tenido más escollos de la vida que de las personas”.

Por eso le concede la mayor importancia a la forma de ser, de pensar, de actuar de las personas; disfruta mucho pensar y hablar con los inteligentes, no los que lo sean sólo desde el punto de vista profesional, de comportamiento ante la vida.
Hija de padres comerciantes, a los 40 años reconoce que sólo en Cuba ella ha podido ser quien es. “Aquí los niños con discapacidad no tienen que pagar nada por las máquinas Braille, las grabadoras, los programas, los relojes parlantes. Esos recursos son muy caros y en el mercado mundial son muy difíciles de comprar, porque el bloqueo le ha puesto precios muy altos, pero el país utiliza una parte de sus finanzas para comprar esos medios tan útiles para nosotros”.

Cuando aprendió a escribir en una computadora, con un programa que llaman Jaws, conquistó su independencia. Sola hace los informes del sindicato, las cartas, su currículum. Y cuando se le habla de este tema llega a su mente el recurrido sexto sentido que dicen desarrollan los discapacitados.

“Es como una capacidad para relacionarnos con los demás, para comprender a las personas, no es que haya un sexto sentido desde el punto de vista psicológico. El mío es aprender a vivir con la discapacidad, a relacionarme con las personas, a que me acepten como yo acepto a los demás.”

“YO NO VEO OSCURO”
Es un proceso psicológico que se llama ilusión perceptual, funciona a nivel del cerebro, y las personas tienen una imagen de lo que son las cosas, “como yo vi hasta los quince años, es como si viera la silueta, el contorno”.

Cuando nació su hija, Geraldina tuvo mucha curiosidad por saber si tenía los ojos grandes como ella, pero su madre la tranquilizó al decirle que los tenía grandes, pero no tanto, “nació normal, lo mío fue un accidente genético”.

La alegría por la vida hace pensar que Geraldina no tiene problemas. Los tiene como todos, “y he tenido que sobreponerme, los he superado. El fallecimiento de mi mamá cuando la niña tenía dos años, fue muy duro. Tuve que reestructurar mi vida totalmente. Estuve deprimida, pero dije: la vida continúa, la niña me necesita, y me levanté... No puedes ver tu problema como el más grande del mundo, es uno más. La vida hay que verla en colores, con matices, hoy a lo mejor es negra, mañana se pone rosadita, y llega el momento en que la ves roja, con mucha alegría...

2 comentarios:

Joaquín Hernández Mena dijo...

Ana, me gusta tu blog, tiene trabajos muy interesantes.
Joaquín

Geopolítica dijo...

Tienes muy buena pluma. Creo que es un
texto que da cuenta de lo mejor de la Revolución: su preocupación por la salud y la educación (valga la cacofonía, jeje).


Saludos desde Chile, colega.


;)